Mediante la enseñanza de esas habilidades cruciales, programas como Head Start nivelan lo que de otra manera sería una cancha desigual, mientras que al mismo tiempo les dan a los estudiantes la ventaja que necesitan no solo para competir, sino para ganar.
– Dr. George Henson, exestudiante de Head Start, Ralston, OK
"Jack be nimble. Jack be quick. Jack jump over the candlestick."
Recuerdo estar cantando esta canción infantil como si fuera ayer. Corría el verano de 1965 y yo era un niño de 4 años muy travieso. A mi papá acababan de darle de baja después de una carrera en el ejército, y nos mudó a mi mamá y a los niños -tres varones y dos niñas- de La Rochelle, en Francia, a Ralston, en Oklahoma, un pequeño pueblo junto al río Arkansas en el condado de Pawnee.
Llegué a Ralston hablando francés e inglés, pero sin saber el abecedario. Como se suponía que empezara kindergarten en el otoño, a mamá le preocupaba que estuviera más atrasado que los demás niños, así que decidió esperar un año para que yo me pusiera al nivel de mi clase. Entonces alguien le habló sobre un nuevo programa llamado Head Start.
Por supuesto, yo no sabía lo que era Head Start. Lo único que sabía era que iría a la escuela. No recuerdo todo lo que hicimos —50 años es mucho tiempo—, pero recuerdo lo bien que la pasé coloreando, pegando, cantando canciones, contando y, por supuesto, aprendiendo el abecedario. Durante estas actividades de "diversión", sin saberlo, estábamos aprendiendo valiosas habilidades sociales, cognitivas y lingüísticas.
Al final de las ocho semanas, había un programa de graduados en el que yo debía recitar "Jack Be Nimble" antes de saltar sobre una vela apagada. Mi hermana Gwen, que era asistente de maestro, me ayudaba en la casa, a veces pasada mi hora de dormir, a aprenderme los bocadillos. Recitar esa canción infantil puede parecer insignificante, pero ese momento representó el comienzo de lo que sería mi relación permanente con la literatura, que ahora enseño y traduzco.
Después de terminar en Head Start, con el abecedario bien aprendido, estaba listo para conquistar kindergarten. Como papá siempre estaba buscando un trabajo mejor, nos mudamos mucho durante la escuela primaria, a veces dos veces durante el año escolar. No obstante, la ansiedad por tener que adaptarme a una nueva escuela, a nuevos compañeros y a un nuevo plan de estudios fue menor gracias a mi amor por el aprendizaje. Cuando llegué a secundaria, al fin nos establecimos en un solo lugar; y durante mi segundo año en la escuela secundaria, mi esfuerzo y mis buenas notas llamaron la atención de una maestra, la Sra. Davis, quien me habló por primera vez de ir a la universidad. Durante los próximos tres años, ella me aconsejó sobre dónde enviar las solicitudes, cómo llenarlas y qué escribir en mi ensayo de ingreso.
Durante una de nuestras sesiones de consejería, mencioné que había asistido a Head Start. Por ella supe que Head Start había comenzado como parte de la Lucha contra la pobreza del presidente Johnson. Hasta ese momento, nunca había pensado que nosotros éramos pobres. Cuando uno es niño y todos los que te rodean son pobres, no tienes cómo juzgar la pobreza. Como el más pequeño de la casa, me acostumbré a usar la ropa que ya no les quedaba a mis hermanos. Papá y mamá trabajaron arduamente, siempre poniéndonos a nosotros primero, haciendo lo que fuera necesario para que al menos nos graduáramos de la escuela secundaria, un privilegio que la Depresión les había negado.
Cuando comencé la universidad a los 17 años, no solo era pequeño para mi clase, sino que llevaba conmigo el desafío adicional de ser un estudiante universitario de primera generación. Sin embargo, estaba decidido a ser el primer miembro de mi familia en graduarse de la universidad. Con perseverancia y determinación, me gradué. Treinta años y tres títulos después, soy totalmente consciente de la potencia transformadora de la educación.
Como profesor universitario, entiendo los desafíos que enfrentan los estudiantes minoritarios y de bajos ingresos. También sé que ese éxito en la universidad está determinado en gran parte por las habilidades cognitivas y del lenguaje que se desarrollan temprano en la vida, habilidades que los niños de bajos ingresos corren mayor riesgo de no adquirir. Mediante la enseñanza de esas habilidades cruciales, programas como Head Start nivelan lo que de otra manera sería una cancha desigual, mientras que al mismo tiempo les dan a los estudiantes la ventaja que necesitan no solo para competir, sino para ganar.
Solo tiene que preguntarle al niño que era ágil y rápido y saltó sobre la vela en 1965 en ese programa de Head Start en Ralston, Oklahoma.
El Dr. George Henson es catedrático de español en la Universidad de Texas en Dallas. Además de ejercer la docencia, el Dr. Henson ha traducido cuatro libros y docenas de cuentos cortos y ensayos de algunos de los escritores más destacados de América Latina. Su último libro, una traducción de El arte de la fuga, de Sergio Pitol, se lanzó en marzo. Esta historia también se ha publicado en el blog Family Room de ACF (sigla en inglés) (en inglés).